lunes, 30 de septiembre de 2013

Determinismo y libre albedrío (1 de 5): física clásica

Pasó porque venía escrito, no hay nada que hacer, dijo una mujer a su hijo dejando deslizar una lágrima por la comisura de sus labios.

Para muchas personas todo aquello que les acontece viene predeterminado. Si ha ocurrido es porque tenía que ser así, no hay más que pensar.

La vida, por tanto, estaría desarrollada como si de una novela se tratase, cada uno de nosotros somos meros actores en sus páginas. Es un libro impreso, nadie puede cambiar los acontecimientos y el desenlace último es el que hay y punto. Es incompatible con el libre albedrío.

En la física clásica podemos calcular con exactitud la velocidad y trayectoria de una bola de billar al golpearla con cierta fuerza con el taco del palo. Si repetimos el golpe exactamente igual al anterior, obtendríamos el mismo movimiento, la misma trayectoria.

Así funciona el cosmos y todo lo que en ella contiene. Los hechos estarían enlazados unos con otros lo que determinarían todas las acciones futuras. Es una máquina con un engranaje perfecto. Así se pensaba en el mundo físico antes del siglo XX, todo surgía de nuestra observación cotidiana del mundo que nos rodea.

Las personas con mentalidad determinista defienden la idea de que el ser humano funciona igual que una máquina: nuestro pensamientos, nuestras acciones, ya vienen establecidas, y sigue un proceso encadenado donde los engranajes se ajustan a la perfección.

Alguna vez hemos deseado volver atrás en el tiempo para corregir algún acontecimiento o para volver a ver a ese ser querido que hemos perdido.

En la película La Máquina del Tiempo el protagonista, Alexander, se declara a su novia Emma y le regala un anillo de compromiso. El momento romántico se rompe al aparecer un ladrón entre los arbustos amenazándoles con un arma: les roba la cartera, los guantes y un reloj de bolsillo de Alex. Quiere también el anillo, pero ella se niega provocando un forcejeo entre ambos y disparando accidentalmente a la chica. Transcurren cuatro años. Alex se siente culpable de su muerte. Ante tanta desesperación, su amigo David Philby intenta consolarle: "Tú no tuviste la culpa", a lo cual Alex responde irónico: "No, no tuve la culpa, quizás debería culpar a la ama de llaves por recoger el anillo de la joyería, o al joyero por fabricarlo, o al pobre desgraciado que arrancó la piedra de la tierra, o culparte a ti por presentarme a Emma aquel día". Su amigo insiste: "Alexander, nadie puede cambiar lo ocurrido". Alex le desafía: "No, te equivocas, porque yo lo cambiaré."

Durante esos cuatro años los dedicó a inventar una máquina del tiempo para regresar al pasado y modificar la escena de la muerte de Emma. Pero cuando regresa a esa escena, la chica vuelve a fallecer, esta vez atropellada por un carro. Él vuelve a lamentarse desconsolado: "¿Por qué no puedo cambiar las cosas? Podría regresar un millar de veces, y la vería morir de mil maneras."

Estaba predeterminado. Así venía escrito en su libro de la vida.

El cosmos sigue un movimiento de expansión tan estrictamente calculado que se conoce incluso el tiempo necesario para que se extinga todo: se apaguen las estrellas, no haya energía ni ninguna fuerza gravitacional posible y la naturaleza llegue prácticamente a su fin, en un estado de entropía absoluta, dentro de millones de años.

Si el mundo macrocósmico es así, el ser humano debería funcionar de la misma manera, no puede ser que nosotros, seres minúsculos en comparación con el cosmos, seamos dueños de nuestro propio destino e incluso dueños de la naturaleza misma como si fuéramos pequeños dioses.

Pero si en el comportamiento humano este fenómeno de determinismo se demostrara a ciencia cierta, seguramente una ingente cantidad de personas dejarían de hacer cosas interesantes; éstas se dejarían llevar por los acontecimientos. Total, no se puede cambiar nada, y si algo cambia, es porque estaba destinado a que así ocurriera, sean o no ellos los actores de este cambio.

El destino es inamovible, dirían.

Pero, ¿realmente la acción humana es tan determinista como la naturaleza dicta? ¿Y si la naturaleza no fuera tan predecible?

Retomando la película La Máquina del Tiempo, la conclusión a la que se llega es que no podemos cambiar nuestro pasado, pero sí el rumbo del futuro. ¿Cómo podemos cambiar el rumbo del futuro si siempre vivimos el presente?

Comienza el siglo XX... y con ella la incertidumbre de la física cuántica, que nos revelará algo verdaderamente desconcertante.

(continúa en la entrada: Determinismo y libre albedrío II)