martes, 1 de octubre de 2013

Determinismo y libre albedrío (2 de 5): física cuántica

Decía Sir James Jean: El Universo empieza a parecerse más a un gran pensamiento que a una máquina. Y con esta frase doy entrada de nuevo al enfrentamiento entre el determinismo y el libre albedrío.

En el libre albedrío empezaríamos a pensar en la posibilidad de modificar el transcurso de nuestras vidas, de nuestra hoja de ruta. Movilizaría en cierto modo a ese hombre apalancado en su sillón esperando a que pase su vida supuestamente escrita, y empezaría a cambiar: Si quieres que sucedan cosas distintas, deja de hacer siempre lo mismo.

En la película El curioso caso de Benajamin Button se produce el accidente de una mujer al ser atropellada por un taxi (casualmente una acción similar al filme La Máquina del Tiempo comentada en la entrada anterior, aunque en este caso con mejor suerte al no perder la vida) y el narrador comenta que dicho accidente se pudo evitar si no hubieran ocurrido determinados sucesos secuenciales. El protagonista principal se decía: "Si tan sólo una cosa hubiera ocurrido de otra forma, si ese cordón no se hubiera roto o ese camión se hubiera apartado segundos antes, o ese paquete hubiera estado envuelto porque la dependienta no hubiera roto con su novio, o ese hombre hubiera puesto la alarma y se hubiera levantado 5 minutos antes, o ese taxista no se hubiera parado a tomar un café, o esa chica no se hubiera dejado el abrigo y hubiera cogido el taxi anterior,... Daisy y su amiga habrían cruzado la calle y el taxi habría pasado de largo", pero esa concatenación de acciones sí ocurrió, lo cual desencadenó el fatídico accidente.

Es una clara muestra de indeterminismo. Son hechos que se relacionan unos con otros, como en el determinismo, pero indicando que cada uno de estos hechos pudieran haberse evitado, eran decisiones que tomaban los actores de forma deliberada, no había nada que les obligara a hacer una cosa u otra, hasta que todas ellas confluyen en la casuística. Existe por tanto, en esta narración, distintas posibilidades de elección. Pudiera haberse evitado la catástrofe si se hubiera tomado cualquier otro rumbo. Cuestión de segundos en cualquiera de todas esas acciones.

¿Somos pilotos de nuestro destino?

El psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman hablaba de atajos heurísticos, donde los individuos tomaban decisiones en entornos de riesgo e incertidumbre fuera de los principios básicos de la probabilidad.

A principios de siglo XX empezó la física moderna a desplazar a la clásica, o al menos a hacerla dudar de todo. La mecánica cuántica entraba por una puerta de desconcierto sorprendiendo a los científicos: y es que a nivel del macrocosmos toda la naturaleza seguía una regla, pero a nivel cuántico, subatómico, surgieron las primeras ideas de incertidumbre.

El problema es todavía más complejo: en el mundo cuántico todas las probabilidades se dan al mismo tiempo. No es que se dé una u otra, es que se dan todas, como si fueran universos paralelos. En el ejemplo del juego del billar, las bolas estarían en todas partes a la vez, todas las posibilidades tendría lugar. Solamente existe una posibilidad de determinar la posición exacta cuando el objeto es observado.

Albert Einstein, ante la incredulidad de la nueva física, lanzó su famosa frase: Dios no juega a los dados. A lo que Bohr le contestó: Albert, no le digas a Dios lo que debe hacer.

Extrapolar este fenómeno a nuestra vida cotidiana es más difícil. Digamos que como nuestras acciones son vistas, vividas, experimentadas, entonces existe sólo una posibilidad. En todo caso, siendo una sola, el mecanismo pudiera ser similar y nos encontraríamos ante múltiples decisiones posibles y un sólo camino a escoger: el seleccionado por nosotros mismos. No hay determinismo. No hay libro escrito. Las páginas están en blanco y se escriben a medida que recorre el tiempo. Pero esto no determina que seamos nosotros los que escojamos los resultamos.

En resumen, a nivel cósmico todo está predeterminado. Sabemos lo que ocurrirá en el Universo, en su manía programada de continua expansión, sin la necesidad de asistir al final; por mucho tiempo que el ser humano viva, sufra, sienta... al final terminaremos extinguiéndonos. A nivel micro, las partículas elementales como los electrones, los quarks y los fotones, siguen un camino de incertidumbre, no escogen una ruta: están en todas ellas a la vez. Formando parte de estos dos mundos, las vivencias del ser humano no parecen estar predeterminadas, hacemos las cosas completamente al azar, pero estas actuaciones humanas de libre albedrío no pueden elegir ni el resultado final de nuestras acciones ni, a nivel macro, frenan el recorrido del cosmos expansivo y caótico. Ni siquiera somos capaces de detener el envejecimiento ni evitar la muerte. (*)

Aclarado estos dos mundos antagónicos, el macro y el subatómico, no queda más remedio que preguntarse por qué el ser humano, inmerso en las propiedades físicas de estos dos mundos, tiene la capacidad de entender la naturaleza programada; nosotros, unos seres imperfectos con influencia cuántica en una mundo físico establecido. Es como si la propia naturaleza quisiera ser consciente de sí mismo a través del cerebro de los humanos. Esto nos dota de una importancia sublime.

Y aquí entraríamos de lleno en lo que se ha llamado el problema duro de la conciencia, el mayor enigma de la ciencia y la filosofía, el misterio de la existencia de la mente humana, una masa encefálica con la capacidad de pensar y que puede llegar a entender el funcionamiento de la propia naturaleza y, por tanto, entenderse a sí mismo, de dónde procede, por qué vive, por qué piensa.

¿Cómo es posible que seamos conscientes de nosotros mismos a través de una masa que funciona a base de partículas elementales como electrones y quarks?

*Nota: en un futuro próximo, con el proyecto Iniciative 2045 de la Universidad de la Singularidad, seremos capaces de transferir nuestra mente en una máquina inmortal. Nos convertiremos en avatares y nuestros pensamientos serán eternos.