lunes, 16 de diciembre de 2013

Determinismo y libre albedrío (4 de 5): neuroeconomía

Hasta ahora se han analizado 3 disciplinas: la física clásica, que sigue el curso del determinismo; la incertidumbre de la física cuántica, que funciona a favor del libre albedrío; y la logoterapia y su libertad de pensar, que proclamó Viktor Frankl en la búsqueda del sentido de la vida, enfrentándose igualmente contra el destino por muy impuesto que fuese éste.

Dos a uno a favor del libre albedrío.

Pero, ¿qué ocurre con aquellas decisiones, sobre todo en las monetarias, que creemos racionales cuando realmente no tienen el más mínimo atisbo de lógica y carecen de explicación mediante la teorías económicas clásicas?

Estoy hablando de la neuroeconomía, el término que se atreve a equilibrar la balanza del determinismo frente al libre albedrío. Su máximo exponente: Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en 2002, con su teoría de las perspectivas o prospect theory: "Se prefiere una posible pérdida antes que conseguir una posible ganancia".

Por ejemplo, es preferible no ser primero que ser el último. El anuncio gráfico Activo Pro se basa en esta teoría.

¿Y por qué preferimos un yogur 95% desnatado mejor que otro con un 5% de grasa? ¿No es lo mismo?

La neurociencia, la economía, las ciencias médicas y la psicología confluyen en una sola rama: la neuroeconomía. Mezclar sistema nervioso con psicología no es extraño, pero añadir un ingrediente más llamado economía puede resultar extraño hasta hace sólo una década. Cada vez son más los libros que tratan sobre este tema, resultado de numerosas investigaciones que comenzaron en Estados Unidos y, por su interés en otros campos como el marketing, se ha extendido por todos los países del mundo.

De la neuroeconomía surgen las neurofinanzas (estudio de las decisiones financieras: aprendizaje, motivación, riesgo, miedo, pánico), el neuromarketing (comportamiento del consumidor ante las decisiones de compra) y el neuromanagement (liderazgo, selección y dirección de equipos).

Los estudios se hacen utilizando técnicas como la resonancia magnética, la tomografía, pruebas electrofisiológicas, el electroencefalograma, el electromiograma, la técnica del eye-tracking, test psicológicos y hasta análisis de ADN.

Resulta que las personas utilizamos mal la información económica, somos incapaces de comprender los riesgos a los cuales nos sometemos y no tenemos claro nuestros objetivos.

El proceso es el siguiente: el individuo capta la información del entorno con los cinco sentidos, evalúa las posibilidades y, por último, elige la opción que se adapta mejor a sus posibilidades. Pero nunca racionaliza la elección, el cerebro ya lo hizo por él de forma más o menos intuitiva, emocional. Simplemente, si has sufrido una lesión cerebral en la ínsula, tendrás una mayor tendencia a arriesgar.

La ínsula decide mis elecciones. Yo no.

Si esto es así, ¿hasta qué punto somos libres de escoger nuestras propias decisiones? Creemos y hasta aseguramos que tenemos motivos en cada uno de nuestros comportamientos, pero la verdad es que nuestra elección se basa en un impulso, en un sentimiento repentino, no deliberado, y que está relacionado con la conformación de nuestra masa encefálica, de nuestro ADN, de nuestro flujo sanguíneo, de nuestras hormonas, de nuestra química, de nuestra psicología. Compramos la lotería porque nos da buenas vibraciones. No es una actitud lógica.

Por ejemplo, el estrés físico o mental da lugar a un exceso de aversión al riesgo. Y es que las emociones inducidas por un evento influirán en cómo percibimos otro: si hemos leído noticias positivas, arriesgaremos más en una inversión en bolsa que si las noticias recibidas fueron negativas o tristes. Las emociones por encima de las razones.

Si actuamos anteponiendo lo emocional frente a lo racional es, simplemente, porque actúa más rápido y consume menos energía. Gracias a esta forma de proceder nos defendemos ante cualquier adversidad con celeridad. Es pura supervivencia: es más fácil alejarte del león que determinar las posibilidades de que nos ataque, la distancia, la fuerza, etc. La rapidez de decisión puede significar la vida o la muerte.

Sin embargo, mientras no nos liberemos de nuestras emociones/intuiciones actuando sobre las áreas que afectan a nuestra mente, no seremos capaces de actuar de forma lógica con un método cognitivo/analítico, en el cual escogeríamos nuestras propias opciones de forma, tal vez, más acertada. Eso sí, seríamos seres fríos, deshumanizados.

Entonces, si nos domina la parte emocional y ésta viene determinada por nuestra estructura física y química del cuerpo, ¿estamos tanto externa como internamente condicionados por nuestros cinco sentidos, por los acontecimientos, por la experiencia vivida, en definitiva, por puras interacciones con la realidad?

Si es así, formaríamos parte de una complejísima maquinaria de la naturaleza a la que se refiere la física clásica. Tan extremadamente compleja, que sería imposible que el ser humano, ni siquiera con el ordenador más potente que pudiera imaginar, llegase algún día a poder predecir todas las infinitas interacciones que habría en el vasto universo, desde lo cuántico hasta lo macro.

La vida de una sola persona de cien años grabada en vídeo de alta definición ocuparía casi un petabyte de capacidad (mil terabytes). En relación con la naturaleza sería sólo como medir una millonésima parte de un granito de arena ante todo un desierto infinito con todas sus interacciones posibles. La física teórica, es decir, aquella que explica los fenómenos físicos utilizando el lenguaje matemático, tendría una labor prácticamente imposible.

¿Determinismo o libre albedrío? That is the question.


Javier Ignacio Lozano Sayago